domingo, 20 de junio de 2010

Ha muerto Saramago, un hombre excepcional.

Ayer, 19 de junio, Portugal ha dado su último adiós a José Saramago, su premio Nobel de Literatura,  con un duelo nacional de dos días. Su féretro ha llegado a Lisboa desde Lanzarote acompañado por su viuda, su hija Violante y la ministra portuguesa de Cultura. Sus cenizas van a ser esparcidas en Azinhaga, donde nació el 16 de noviembre de 1922.
Durante la tarde del sábado centenares de personas, anónimos y famosos, han querido rendirle un último homenaje, desfilando ante la capilla ardiente instalada en la alcaldía de Lisboa. Algunos llevaban un clavel rojo, como símbolo de la revolución que puso fin a la dictadura de Salazar, el 25 de abril de 1974. Entre ellos, su amigo, el folclorista, cantante, intelectual y hombre de izquierdas, Carlos do Carmo, quien ha manifestado que, a sus 70 años, nunca había conocido "a alguien que fuera tan querido, que le gustara tanto a todo el mundo; sobre todo, a la gente muy sencilla". Y recordaba que la mayor enseñanza que había recibido de su buen amigo era "su paciencia inagotable", que, según él, provenía de su nobleza. Pero que también tenía un humor muy particular, que la gente no conocía, y que era una persona muy generosa, por lo que eran muchas cosas las que aprender de una sola persona.
Yo tuve la gran suerte de ver y escuchar en persona a José Saramago, en Sevilla, en mayo de 2006, y me quedé prendada de su encanto personal, de la fuerza suave y firme que era capaz de transmitir. Me pareció un hombre joven, a sus 83 años, lleno de vitalidad y optimismo, feliz y enamorado de su compañera, la periodista andaluza Pilar del Río. Mujer afortunada, lo conoció a raíz de entrevistarle con ocasión de la publicación de una de sus mejores novelas, “El año de la muerte de Ricardo Reis”. Si tenemos en cuenta que él mismo pensaba que "la ética era la mujer más guapa del universo", no me cabe duda de que Pilar es además una gran mujer.
Me gustó mucho escuchar de su propia voz que se consideraba “un hombre con un campesino dentro”, recordando, con la mayor sencillez que, en su caso, nada prometía un Premio Nobel porque había nacido en una familia de gente muy pobre, campesina y analfabeta; en una casa donde no había libros y en unas circunstancias económicas que no le habían permitido entrar en la universidad. Que desde niño había sido callado, reservado, melancólico y que sus alegrías o tristezas eran interiores y no las manifestaba.
Decía que lo maravilloso de la especie humana era que se había hecho a sí misma, que lo ha inventado todo.  Que, en su caso, como “nunca esperé nada de la vida, por eso lo tengo todo”. Que empezó a escribir bien tarde y que lo hacía despacio, sin prisas. Aún así, su vida ha sido fructífera y ha podido publicar alrededor de 30 obras, entre novelas, poesía, ensayos o piezas de teatro, durante 60 años.
Creo que lo más importante, lo que entusiasmaba de su persona y lo que hacía que todo el mundo que lo conocía le admirara y lo quisiera era su actitud vital, “su compromiso con la vida”. Decía que más que la literatura, que no debe ser instrumentalizada, el compromiso, si existe, debe ser el del propio escritor.  Saramago seguía defendiendo con ardor a los oprimidos, siendo muy crítico con los poderosos, al mismo tiempo que defensor de causas como la saharaui y. sobre todo, la palestina, …
Y todo ésto, con una gran sencillez: Saramago nunca disfrazó ni ocultó lo que pensaba. Ni tampoco tuvo empacho en confesar que el único valor que consideraba revolucionario era la bondad, lo único que cuenta; y que el sentido común se convierte en el instrumento más revolucionario en este mundo de locos que es el de la violencia. Decía que “la razón no es enemiga de las ilusiones, de los sueños, de la esperanza, de todas esas cosas que tienen que ver con los sentimientos... Porque la razón no es algo frío, no es algo mecánico. La razón es lo que es, con todo lo que uno es de sentimientos, de deseos, de ilusiones, …”
Pensaba que “cuando descubrimos al otro, en ese mismo instante nos descubrimos a nosotros mismos, unas veces en lo mejor y otras en lo peor, cuando intentamos dominarlo. Si llegamos a una relación con el otro en que la condición principal sea respetar sus diferencias y no tratar de aplastarlas para hacerlo como uno, entonces aparecerá en nosotros lo positivo... No podemos darnos el lujo de ignorar que el respeto humano es la primera condición para convivir”.
Quisiera añadir que comparto lo expresado por José Antonio Griñán, en  su artículo publicado en el Diario de Sevilla. Efectivamente, la muerte de José Saramago "deja en todos nosotros, los andaluces, el sentimiento de haber perdido a uno de los nuestros y que la razón de que un escritor tan profundo y, en ocasiones, difícil, sea tan leído está en la forma que tenía de expresar esas profundidades que todos llevamos dentro y que casi nunca queremos aflorar. Sus temas solían ser los temas eternos; por eso sus argumentos eran reflexiones sobre el ser, sobre el vivir, el morir, el recordar o el amar".
Finalmente, resaltar que Saramago nunca se dejó intimidar por los convencionalismos del poder, todo un ejemplo a seguir en estos tiempos que vivimos. Precisamente, su coherencia le costó el exilio voluntario a Tías, en la Isla de Lanzarote, donde vivió los últimos 17 años de su vida.
Y, aunque él pensaba que todo acaba aquí, “Descansa en paz, maestro”. Con permiso de Pilar, te admiro y te quiero.