lunes, 7 de junio de 2010

Perdonen las disculpas



Hola a todos. Como observarán no uso la arroba, por cuestiones que expondré a continuación.

El motivo de mi entrada en esta bitácora es gritar un poquito contra la tontería oficial. Como saben los que me conocen, tengo relación desde hace algunos años con el colectivo de las Personas Sin Hogar. Recientemente, un gesto poco afortunado al respecto del periodista retratado en la foto superior ha degenerado en el linchamiento mediático de este señor, especialmente en el ámbito de las redes sociales de internet. He recibido varias invitaciones para adherirme a ellas. Dado que, para estupor de algunos, he pasado olímpicamente del tema, me gustaría aprovechar este espacio para explicarme, y de paso, molestar a algunos petardos.

Punto primero: la intervención de Manolo Lama estuvo mal. Su contrastada profesionalidad hace aún más inexplicable la falta de sensibilidad demostrada. Quizás se enajenó, envalentonado por la protección que le garantizaba la masa frente a una víctima propiciatoria, sazonada por la sublimación guerrera de la previa de un partido de fútbol. O más sinceramente, sacó a relucir, en un acto de pública intimidad, lo que muchos piensan de los que viven en la calle. Insisto, la acción es reprobable, pero el infractor pidió disculpas en las mismas armas que erró. Fin.

Sin embargo, esta catarsis personal no ha servido para que aprendamos gran cosa. De hecho, miles de anónimos que jamás se habían planteado la problemática de los "sin hogar" han bramado por la testa del deportivo (ignoro si deportista) comunicador. Deberán coincidir conmigo en que se trata de un curioso fenómeno sociológico: algunos (muchos) tienen una opinión poco favorable, por no decir negativa, de determinadas minorías. La propaganda no (y sí) gubernamental, por razón de un sintético sentimiento de culpa, relega estas pulsiones casi al fondo del subconsciente colectivo (suponiendo que éste exista). Así, se permanece en estado latente hasta que alguién rebasa la delgada línea roja que separa la ideología pública y privada y, entonces, ... ¡zas! se salta a la yugular (digital o analógica) del presunto delincuente, movidos por una suerte de espasmo condicionado.

Lo anterior constituye un inquietante diagnóstico de la sociedad en que vivimos. Puedo llegar a entender que los mismos espectadores que canonizan a Belén Esteban (ay, no quería mencionarla, pero se me ha escapado) lleven sin juicio justo a la hoguera a Manolo Lama. Me resigno a que ambos fenómenos sean un efecto colateral no deseado de esta nuestra democracia televisiva. Ahora bien, la actitud de las ONGs (y yo pertenezco a varias) me parece de un fariseismo que roza la desfachatez.

Ahora, ya pueden cerrar la boca y bajar las manos de la cabeza, porque voy a aclarar mi punto de vista. Los partidos políticos mayoritarios, y los intereses que los sustentan, han logrado, hábilmente eso sí, inutilizar los movimientos ciudadanos. En particular, la izquierda de salón (que no la que respeto), a fuerza de autoproclamarse la reserva espiritual de occidente y de subvencionar hasta la saciedad a asociaciones afines, han terminado convirtiendo a éstas (y lo peor, han promovido a no pocos pelmazos) en burdos inquisidores de lo políticamente correcto. Me gustaría saber qué piensan los que lucharon por la libertad durante la Transición al compreobar que, en bastantes ocasiones, comentarios de sentido común deben hacerse a media voz y en petit comité.

Ciertamente, me resbala que sea ético o no que la Mazagatos duerma entre cartones para saber qué se sueña en una acera, o que una bebida refrescante patrocine el Camino de Santiago a una docena de homeless. Lo que me preocupa y me exalta es que las organizaciones a las que sustento no levanten la voz denunciando la situación en que viven estas personas, ni sean firmes al pedir más recursos, ni despierten a los ciudadanos la curiosidad por descubrir los verdaderos motivos de la desigualdad. Otra cosa es una pérdida de tiempo.