Un relevo en siete claves: seis políticas y una personal
Una larga conversación personal con el presidente de la Junta, con el compromiso de no revelar determinados extremos ni detalles, así como fragmentos de muchas otras conversaciones mantenidas con dirigentes y miembros del Gobierno y del Partido Socialista configuran los dispersos materiales con los que, a modo de puzzle, ha sido confeccionada esta crónica de un vertiginoso adiós

Al presidente de la Junta de Andalucía se le hunden los ojos y se le quiebra la voz cuando hace alusión a los dramas familiares que lo acorralan desde hace tiempo. Las alusiones son siempre en privado, nunca en público, pero sin tener en cuenta esos problemas no es posible entender del todo la decisión de José Antonio Griñán de abandonar la primera línea de la política institucional el próximo 27 de agosto, cuando dará paso a su actual consejera de Presidencia, Susana Díaz. Pero las heridas domésticas son únicamente el contexto de la despedida, no su explicación.
El adiós presidencial pudo ser sospechado por muchos pero nunca confirmado por nadie. La incógnita se desvelaba el pasado 26 de junio, cuando se filtraba que Griñán anunciaría al día siguiente, en el Debate del Estado de la Comunidad, su propósito de no concurrir a un tercer mandato para optar a la Presidencia de la Junta. A partir de ese momento todo se precipitó: convocatoria de primarias contrarreloj, concurrencia de cuatro precandidatos de los que solo Susana Díaz logró reunir los avales necesarios, proclamación de la nueva candidata por el Comité Director, fijación del calendario de salida de Griñán y de entrada de Díaz…
1. La herida del 30%
Pero si el anuncio de la despedida tuvo lugar el 26 de junio, el origen de esa decisión se remontaría a unos cuantos meses atrás. Concretamente al día de San Fermín del año pasado. Aquel 7 de julio de 2012 hizo bochorno incluso en el palacio de congresos del complejo turístico El Toyo, a pocos kilómetros de la capital y escasos metros del mar de Almería. Fue un día de calor dentro y fuera del recinto: fue el día en que los compromisarios socialistas de las ocho provincias votaban la renovación de la candidatura de Griñán a la secretaría general del partido. Solo 24 horas antes, el presidente había dicho imprudentemente: “Yo no tengo críticos, que yo sepa, ¿no?”. Pues si no lo sabía, aquel 7 de julio vaya si lo supo: casi el 30% de los delegados del partido en el congreso le dieron la espalda.
Tal y como suele hacerse en estos casos en política, el líder socialista hizo como que no pasaba nada. Pero sí que pasaba. Pasaba que, en su fuero interno, Griñán creía merecer un respaldo más unánime de un partido al que solo cuatro meses antes casi todo el mundo daba por derrotado en las urnas andaluzas convocadas en solitario para el 25 de marzo y al que una decisión contra corriente pero de hondo calado estratégico adoptada en solitario por Griñán en el invierno de 2012 había salvado literalmente de la debacle: en contra de lo que le reclamaba su secretario general Alfredo Pérez Rubalcaba y otros históricos pesos pesados del partido, el presidente andaluz no quiso convocar las elecciones andaluzas conjuntamente con las generales del 20 de noviembre. Aquella decisión salvó a Griñán y salvó al PSOE andaluz, que escapaba así del desastre sufrido por una organización federal que desde entonces no logra levantar cabeza.
2. El hombre que no quería ser presidente
Además de los resultados del XII Congreso del PSOE-A, la decisión del 26 de junio tiene una segunda genealogía, ciertamente mucho más conjetural que la anterior, pero no menos reveladora. Para seguir su rastro hay que remontarse al mes de marzo de 2009. Fue entonces cuando el presidente José Luis Rodríguez Zapatero le pidió a su homólogo andaluz, Manuel Chaves, que se incorporara a su Gobierno. A Chaves no le gustaba demasiado la idea, pero sospechaba que no podía decirle que no a su secretario general. La negociación soterrada entre Moncloa y San Telmo concluyó con Chaves yéndose a Madrid con el rango de vicepresidente, y no simplemente como ministro raso, que era el plan inicial de Zapatero. Pero antes de decirle que sí a Zapatero, Chaves quería dejar un sucesor de su gusto, no necesariamente del de Zapatero. Contra las preferencias del presidente, que quería a María del Mar Moreno, la elección de Chaves fue Griñán, pero contra todo pronóstico Griñán… ¡no quería ser presidente! Su resistencia a aceptar el encargo duraría cerca de tres semanas, al término de las cuales Griñán dijo sí. ¿Por qué ese cambio de opinión? Una versión verosímil, pero no confirmada, es que al quedar descartada la opción de Mar Moreno, en teoría por sus insuficientes apoyos orgánicos, y plantear Luis Pizarro, histórico lugarteniente de Manuel Chaves en el partido, el nombre del entonces consejero de Agricultura Martín Soler, rechazado a su vez por Gaspar Zarrías, histórico lugarteniente de Chaves en el Gobierno, Griñán se habría inclinado por aceptar finalmente el cargo.
Contra lo que no pocos siguen creyendo, la resistencia de Griñán no era una comedia. El miércoles 22 de abril de 2009 era investido presidente y justo una semana después, en una charla informal con algunos periodistas en la Feria de Sevilla, Griñán comentaba indiscretamente que no quería ser presidente, que hubiera preferido no serlo. No todos le creyeron, pero al menos un par de testigos están seguros de que Griñán era absolutamente sincero.
Aquella sinceridad es la percha de la que cuelga esa segunda genealogía de su despedida: de alguien que se resiste a aceptar una Presidencia regalada -y sin contraindicaciones relevantes que aconsejaran rechazarla- sí puede entenderse, en una clave estrictamente vital y psicológica, que solo cuatro años después decida a su vez regalarla. No es que la psicología pueda, naturalmente, explicar todos los mimbres y entresijos de la despedida de Griñán, sino que sin ella toda explicación se queda coja. No inválida total, pero sí coja.
Aun así, quienes conocen los intentos, finalmente exitosos, de Griñán de hacerse con todo el poder en el Partido Socialista, forzando un congreso extraordinario y expulsando de la dirección a Chaves y los suyos, ponen en duda la sinceridad de los remilgos del entonces vicepresidente de la Junta para aceptar la Presidencia. Puede que no tengan razón, pero tienen todo el derecho a esas dudas.
3. Improvisación, no; aceleración, sí
¿Significa eso que la decisión de irse ha sido improvisada? El presidente no esconde su irritación cuando se le menciona esa interpretación, compartida por muchos. No admite que haya habido improvisación, aunque le es difícil negar que no ha habido aceleración. Griñán ha consumado a velocidad de vértigo su relevo mientras con el rabillo del ojo observaba los movimientos procesales de la jueza Mercedes Alaya, instructora del caso de los ERE de utilización fraudulenta de fondos para prejubilaciones de trabajadores de empresas en crisis.
El líder socialista tenía claro que no estaba dispuesto a soportar la humillación política de que Alaya pidiera su imputación siendo presidente, y ello pese a estar absolutamente convencido de que cuando la solicitud de imputación formulada por la jueza llegue al Supremo este no dudará en desestimarla porque, en opinión de Griñán, no cabe hacer reproche penal alguno al hecho de que, siendo él titular de la Consejería de Economía y Hacienda, no fueran tomados en consideración los sucesivos informes de la Intervención General de la Junta alertando de las graves deficiencias en el procedimiento de concesión de ayudas sociolaborales.
El momento más comprometido para Griñán en ese sentido fue la declaración ante la jueza, el pasado día 25, del exinterventor general Manuel Gómez. Pero lo cierto es que Gómez no aportó la pistola humeante que habría demostrado la culpa incontrovertible de Griñán. Expresó su convencimiento de que el entonces titular de Hacienda tenía que haber visto sus informes y recalcó que no le importaban en absoluto las deficiencias observadas, pero, para irritación de Alaya, no varió la tesis defendida en agosto pasado ante la comisión de investigación del Parlamento andaluz: el procedimiento era inadecuado, pero no ilegal, y si quienes gestionaron las ayudas hubieran cumplido la ley nunca habría habido caso de los ERE.
No es imposible, en cualquier caso, que en su fuero interno, allí donde no llegan las preguntas de los jueces ni los periodistas, Griñán se haya preguntado más de una vez si no podía haber hecho más de lo que hizo, que fue más bien nada, para enderezar un procedimiento tan ayuno de controles como sobrecargado de riesgos.
4. Del Senado a Ferraz y de Ferraz al Senado
Al presidente, en cualquier caso, no le cabe duda de que Alaya promoverá en algún momento su imputación, pero a él la noticia no le cogerá ya en San Telmo. Si acaso, le cogerá en Ferraz, sede federal socialista que, a partir del otoño, Griñán visitará a menudo para hacer uso del despacho de presidente del partido durante las horas libres -seguramente muchas- que le dejen sus responsabilidades -seguramente pocas- como senador, cargo al que accederá por la cuota de la Comunidad Autónoma y con el cual mantendrá su aforamiento ante el Supremo.
Inicialmente no entraba, al parecer, en los planes del presidente ocupar un escaño en la Cámara alta. Personas de su entorno político más cercano sostenían que si lo hacía así ello remacharía la convicción de mucha gente de que sus movimientos habían estado marcados por el temor a una imputación promovida por Alaya: negaba públicamente que hubiera dejado la Presidencia movido por ese temor, pero se iba al Senado para no quedar inerme ante la jueza, dado que había quedado descartado permanecer en su escaño del Parlamento andaluz, cuyo aforamiento lo gestiona el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía. El escaño de senador también le permitirá, además, atender muy de cerca esos dolorosos dramas familiares que acechan al presidente y que no son en absoluto ajenos a su abrupta despedida institucional.
5. Una estrategia pacientemente meditada
Pero Griñán no quiere pasar a la historia del Partido Socialista como un secretario general veleidoso. Puede que no practique la militancia de hierro de tantos afiliados de su generación, pero también para él el partido es el partido. Por eso intenta convencer a quienes le escuchan de que, sin negar la existencia de motivos familiares o procesales por otra parte innegables, todos sus movimientos obedecen a una estrategia política ejecutada ahora pero pacientemente meditada desde hace mucho tiempo.
Griñán cree que las políticas nacionales y europeas de la derecha están propiciando una brutal redistribución de la renta, multiplicando la desigualdad entre clases y poniendo en peligro los logros de un Estado del Bienestar que es la columna vertebral de la socialdemocracia clásica que profesa el presidente. También cree que el PSOE necesita afrontar una renovación ideológica y generacional de la cual Andalucía ha marcado el camino eligiendo para liderar el partido a una mujer de 39 años, aunque otros nombres han sido manejados también por el presidente como posibles sustitutos: María Jesús Montero, consejera de Salud; Mar Moreno, consejera de Educación; o Mario Jiménez, vicesecretario del partido. Igualmente, piensa que su joven número dos en el PSOE andaluz Mario Jiménez tiene mucho que aportar a la dirección federal que salga del próximo congreso socialista, y de ahí la inminente marcha también del onubense al Senado, base de operaciones para tomar la fortaleza de Ferraz.
Por otro lado, Griñán siente que las heridas infligidas durante la pugna con su antecesor Manuel Chaves hay que restañarlas, pero admite que esa delicada operación de cirugía interna no puede llevarla a cabo él personalmente. De hecho, Susana Díaz ya está en ello: la futura presidenta no quiere dejar cabos orgánicos sueltos. Ha reintegrado a Jaén, ha aproximado a los alcaldes sevillanos más díscolos, ha hecho las paces con buena parte de Cádiz, ha tanteado a Chaves…
6. La renovación empieza por uno mismo
Los mimbres de la estrategia de Griñán serían estos: el PSOE andaluz se renueva y se adelanta marcando la pauta de la renovación al PSOE federal; la organización andaluza llega con los deberes hechos a la Conferencia Política del otoño, donde tendrá muchas cosas que decir; si hay alguna eventualidad judicial, como una imputación, la Presidencia de la Junta queda a salvo; el partido gana tiempo y restaura su cohesión eligiendo a su candidata en un momento en que el PP está sin liderazgo e IU necesita tiempo para afianzar el suyo. Griñán, en definitiva, se marcha o al menos cree marcharse con el deber cumplido de dejar un PSOE andaluz renovado, fuerte y bien situado electoralmente. Y se va, quiere pensar el presidente, con la autoridad moral de haberse sacrificado a sí mismo en beneficio de las siglas socialistas. Todo parecen ventajas. ¿Y dónde quedan entonces los inconvenientes? La respuesta a esa pregunta es cosa del futuro. Solo el tiempo tiene autoridad para dictaminar si una estrategia ha sido acertada o no.
7. El puzle inacabado
Como el ángel atónito de Walter Benjamin que, dando la espalda al vendaval, mira cómo éste va acumulando tras de sí todo ese desordenado material de derribo que es la historia, Griñán es ya un presidente involuntariamente melancólico que habla, piensa, siente y mira no de espaldas a la historia, pero sí desde sus márgenes, observando con inquietud los gestos de perplejidad de muchos de sus compañeros y echando de menos algunas llamadas telefónicas transmitiéndole su comprensión y complicidad, como hizo, por cierto, José Luis Rodríguez Zapatero.
Su decisión de dejar el cargo institucional más importante ostentado ahora mismo por un socialista y en un momento en que los socialistas no disfrutan precisamente de demasiados buenos cargos no entraba en los cálculos de nadie. Inicialmente, sus movimientos parecían una improvisación sin orden ni sentido. Poco a poco, el puzle del presidente va tomando forma, pero todavía permanece inacabado, aún no se adivina una imagen nítida y reconocible. Nadie sabe qué saldrá de él. Solo cuando esa imagen se delimite y afiance sus contornos sobre el cambiante tablero de la política se sabrá con certeza si los planes de Griñán eran lo que él cree que son o eran simplemente lo que sus despectivos adversarios esperan que sean.