No sé si, como afirmaba Lord Acton, “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”, pero me inclino a pensar que sí contribuye a sacar el verdadero carácter de las personas. Por eso, "Si quieres conocer una persona, dale poder" o, más popularmente, "Si quieres saber quien es fulanillo, dale un carguillo".
No es el caso de Nelson Mandela, al que admiro profundamente. No sólo porque es la figura más popular, admirada y respetada del mundo, icono de la lucha contra el apartheid, antiguo líder del Congreso Nacional Africano y primer presidente negro de Sudáfrica (1944-1999), además de Premio Nobel de la Paz y muchas cosas más.
Le admiro porque, a pesar de su largo cautiverio (no fue liberado hasta 1990 tras 27 años de privación de libertad) "fue el verdadero facilitador de una complicada pero fecunda transición desde la dictadura segregacionista blanca hasta la democracia multirracial, que alumbraron unas elecciones libres ganadas por el ANC, un Gobierno de unidad y una nueva Constitución. Mandela, con su extraordinario carisma, su rechazo a las medidas radicales y su sentido de la responsabilidad, fijó los pilares políticos y económicos de la nueva Sudáfrica y medió en los conflictos del continente, aunque lamentablemente dejó sin resolver graves déficits sociales". Jubilado ya de la política, y pese a su avanzada edad, continúa participando en causas humanitarias.
En palabras del Dalai Lama, "compasión es la capacidad de sentirnos próximos al dolor de los demás y la voluntad de aliviar sus penas". Lo grandioso es que Mandela supo guardar su pena y regalar su sonrisa y su mirada dulce y luminosa para apoyar a los que más las necesitaban.
Ni el cautiverio, ni su larga lucha, ni el poder, ni todo el dolor de su corazón han sido capaces de borrar la sonrisa de Mandela.
Recientemente, las gestiones de Nelson Mandela habían sido fundamentales para que Sudáfrica lograra la sede del Mundial de Futboll, aunque desgraciadamente, tras la trágica muerte de su biznieta Zenani a la salida del concierto de celebración del Mundial (un auténtico homenaje a Mandela), no pudo acudir a la ceremonia de inauguración.
Su humanidad es tan grande que, a pesar de todo, Nelson Mandela quiso transmitir un mensaje de consuelo al ghanés Asamoah Gyan después de que éste, en el último minuto de la prórroga contra Uruguay, fallara un penalti que le hubiera dado a Ghana el acceso a las semifinales del Mundial.
También el día anterior había remitido una carta de apoyo al único equipo africano que todavía estaba en competición, expresando su simpatía hacia el jugador, que se había retirado del campo llorando desconsoladamente.
También el día anterior había remitido una carta de apoyo al único equipo africano que todavía estaba en competición, expresando su simpatía hacia el jugador, que se había retirado del campo llorando desconsoladamente.
En palabras del Dalai Lama, "compasión es la capacidad de sentirnos próximos al dolor de los demás y la voluntad de aliviar sus penas". Lo grandioso es que Mandela supo guardar su pena y regalar su sonrisa y su mirada dulce y luminosa para apoyar a los que más las necesitaban.
Ni el cautiverio, ni su larga lucha, ni el poder, ni todo el dolor de su corazón han sido capaces de borrar la sonrisa de Mandela.